La expansión del Islam en Occidente va acompañada del cambio demográfico más dramático de la historia.
En El libro verde, Gadafi decía que los no blancos dominarían el mundo; no por ser mejores, sino por ser más. Debido a que la democracia se basa únicamente en la superioridad numérica, el pronóstico del dictador libio se está cumpliendo.
Hasta hace aproximadamente 40 años los no blancos de religión islámica vivían casi exclusivamente en sus países de origen. Hoy, cada día se incrementa su número en Europa y Norteamérica, donde están ocasionando un cambio social, político y religioso sin precedentes.
El grupo humano de mayor crecimiento es el de los africanos subsaharianos, que en 2060 alcanzará los 2.700 millones de individuos y representará el 25,38 por ciento de la población mundial. Para el año 2050, sólo el 9,7 por ciento de la humanidad será de ascendencia europea. En el mismo tiempo, Asia, África y Latinoamérica crecerán en 4.000 millones de habitantes.
Los 4,2 millones de palestinos residentes en Israel, Gaza y Cisjordania serán 9 millones para 2025, y 15 en 2050. La ciudad israelí de Eilat, en el Mar Rojo, está siendo invadida por refugiados de Sudán y Eritrea: ya conforman el 30 por ciento de su población.
Israel alberga un millón de residentes ilegales, según su Ministerio del Interior. Entre ellos se cuentan 25.000 africanos, decenas de miles de palestinas casadas con beduinos israelíes, 16.000 mujeres árabes de Judea y Samaria que reciben estipendios del estado y 46.000 etíopes no judíos.
En menos de 25 años Irak tendrá 42 millones de habitantes, e Irán 94. Más que cualquier nación europea, excepto Rusia.
El Islam, con 1.500 millones de seguidores, ya ha sobrepasado al catolicismo (1.100 millones) como la religión predominante.
Al mismo tiempo que crece la población musulmana, que intenta dominar el mundo, la contracultura atea izquierdista está convirtiéndose en tendencia de moda en los Estados Unidos, Europa y Latinoamérica, donde los iconoclastas están destruyendo su legado histórico y religioso. Bajo el garrote de la Corrección Política, los más grandes héroes, soldados, científicos, exploradores, estadistas, desde Cristóbal Colón a George Washington, se encuentran bajo la lupa del revisionismo histórico: sometidos a feroces ataques, son tachados de racistas, genocidas y explotadores de los pueblos originarios.
Los ateos han iniciado una campaña anti-Dios que se está convirtiendo en una religión de fanáticos. La indiferencia por los valores religiosos es la causa primaria de la muerte de los pueblos y culturas de Occidente. Donde muere la fe, muere la gente. Una nueva sociedad entre nihilista y atea está surgiendo, con 1.100 millones de acólitos a los que ni les va ni les viene nada.
El humanismo seglar es la religión de las elites culturales, y los clérigos progresistas, que tratan de congraciarse con ellas, denigran la herencia judeocristiana alejándose de sus bases morales y descuidando su supervivencia. No saben confrontar al enemigo islamista, que, aprovechándose del vacío espiritual y existencial de Occidente, se apodera de las mentes menos lúcidas.
El placer sin límites que promueve la sociedad laica lleva a la insatisfacción permanente; hasta degenerar en el Circo Romano, donde la brutalidad, la sangre y la muerte causan euforia. Pero incluso eso acaba aburriendo. Hoy, el mejor show es el realismo grotesco.
Estamos viviendo el extremismo llevado al límite. La explosión de adrenalina es la droga del momento, y no hay nada que la desate más que el peligro de muerte. La guerra y el terrorismo se están convirtiendo en el entretenimiento de moda para los occidentales que lo tienen todo y para los musulmanes que no tienen nada.
Entramos en el mundo de la ciencia ficción terrorífica, donde los negadores de Dios, los izquierdistas y los fanáticos religiosos musulmanes se encuentran en el mismo bando. Los primeros buscan el placer en este mundo, y los segundos en el otro.
Por José Brechner
© Diario de América
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