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29 ene 2011

Blanca y Cecilia, un duelo de nunca acabar

Carlos Andrés Pérez no pudo escapar del ojo del huracán ni siquiera después de muerto. Uno de los políticos venezolanos más influyentes y controvertidos del siglo XX, dos veces Presidente de la República, quien enfrentó la dictadura gomecista y perezjimenista, exhibió su mano férrea frente a la guerrilla, las rebeliones populares, golpes de Estado y las rebeliones militares, fue incapaz de controlar en vida los demonios que sus dos amores, Blanca Rodríguez y Cecilia Matos, han desatado ahora con más vehemencia tras su muerte.


El pasado 25 de diciembre, a los 88 años, Pérez falleció en el Mercy Hospital, de Miami. Desde entonces, pareciera que la escala Saffir-Simpson (usada para medir la intensidad de los fenómenos naturales) hubiera detectado un huracán mayor entre las costas de Florida y Caracas. Las familias Pérez Matos y Pérez Rodríguez reclaman sus derechos por el cuerpo de quien en los últimos años de su vida, producto de un accidente cerebro-vascular, no fue ni la sombra del hombre fuerte de la política venezolana que supo ser por casi medio siglo.

Sus restos permanecen embalsamados en la refrigeradora de la casa funeraria Caballero Rivero Woodlawn, por orden de un juez que aceptó un pedido de la esposa legal del ex Mandatario —Blanca Rodríguez— para que frenara el entierro en el cementerio de Miami y permitiera la repatriación del cadáver.

Pero, ¿quiénes fueron Cecilia y Blanca en la vida de CAP? La primera, cercana a su delirio: la política; la segunda, a su lado más andino: el hogar, la familia. Primos hermanos, oriundos de Rubio, en Táchira, Blanca, de 20 años; y Carlos Andrés, de 25 años; se casaron en 1948. Mientras la trujillana Cecilia, con sangre zuliana, conoció ya al político encumbrado, nada menos que en la influyente dirección de secretaría de la fracción parlamentaria de Acción Democrática, en el antiguo Congreso de la República.

Las diferencias entre las dos eran evidentes. Doña Blanca, católica practicante, mujer de hogar, de rosario y camándula todos los días, caritativa. Cecilia, su pasión más cercana era el poder político. Ambiciosa, elegante, fiestera y joven, 18 años menor que él. CAP no escapó de la era de las amantes que los presidentes adecos popularizaron en Venezuela, empezando por su padre político Rómulo Betancourt, con Renée Hartman; hasta Jaime Lusinchi, con Blanca Ibañez; también surgida de las secretarías de Acción Democrática. El autodenominado “padre de la democracia” y el médico Lusinchi pagaron el precio político del divorcio, batalla que Pérez rehuyó.

Mucho antes de conocer los mieles del poder de la Venezuela saudita de la década de los setenta, de la bonanza petrolera, del “ta’ barato, dame dos”, Blanca y Carlos Andrés compartieron el exilio. Tras el golpe a Rómulo Gallegos, en la década de los cuarenta, vivieron en Costa Rica, donde CAP hace de periodista como editor Jefe del diario La República. Cecilia era una imberbe de las filas juveniles del partido blanco en la Caracas del ideario nacional impuesto por Marcos Pérez Jiménez.

Pero ya en Miraflores, ese es territorio sagrado de la Primera Dama. En realidad más en el primer período (74-79), que en el segundo, entre el 89 y el 93. La figuración de Blanca Rodríguez en actos públicos era permanente, pese a que casi todo el país sabía de la existencia de la otra. La vida de Cecilia discurría, en un primer momento en su casa de El Marqués, en el este caraqueño; y poco después en el Country Club, aunque también se la veía en la Gran Manzana, caminando por Manhattan; en la exclusiva Romana dominicana y, por qué no, hasta en giras presidenciales.

En palacio, se formaron grupos pro Cecilia y pro Blanca, cuyo mayor respaldo, provenía, paradójicamente, de Acción Democrática. Especialmente después del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, cuando la Primera Dama, algunos dicen con fusil en mano, resistió en La Casona junto con su familia en medio de una lluvia de plomo.

En medio del abierto rechazo de un vasto sector de los adecos, a Matos no se la vio de nuevo en el célebre búnker blanco, de La Florida, donde se tomaban buena parte de las decisiones del alto Gobierno en la Venezuela puntofijista. A Pérez no le preocupaba la relación Matos-AD, especialmente en su segundo Gobierno, en el que el distanciamiento del Presidente con los altos dirigentes de su partido le costó, incluso, la jefatura del Estado.

Los mismos adecos llegaron a cuestionar “el tren de vida” de Matos. En declaraciones al Diario El País, de Madrid, en agosto de 1992, Gustavo Orlando López, entonces miembro del comité político de AD, dijo que “Cecilia se exhibe con joyas costosísimas. Vive en un lujoso piso en Nueva York (…) Posee una casa en El Marqués, en Caracas; y tiene un dúplex, en la isla de Margarita. Tiene que desvelar al partido la procedencia de su fortuna o quién le facilita ese tren de vida”.

El historiador José Sant Roz escribió que tras Matos estaba la figura de los 12 apóstoles, ese conglomerado económico que buscaba alinearse con la amante del Presidente, en procura de jugosos dividendos económicos. Por allí desfilaron “los Zuloaga, los Pocaterra, los Machado, los Salvatierra, los Azpúrua” y un largo etcétera.

“Cuando Cecilia estaba en Caracas, sus vecinos sabían que los miércoles eran de la segunda dama. CAP no estaba para nadie, sino para su reina. Medio millar de escoltas rodeaba a La Lagunita. Eso sí, de madrugada se iba a La Casona, cumpliendo el dicho de que andino amanece en su casa”, agrega Sant Roz.

De lo que sí se ocupaba CAP era de evitar, a toda costa, que detalles de su vida privada se ventilaran en la vida pública. Los asuntos de Blanca o Cecilia eran considerados clasificados en los predios en los que Pérez tenía influencia política, ni siquiera era tema de conversación con sus aliados políticos.

Alberto Arteaga, su amigo y abogado defensor por el manejo de la partida secreta lo resume así, en el libro ¡Yo sigo acusando! Habla CAP, de Agustín Blanco Muñoz: “Pérez era un hombre muy reservado en sus cosas personales . Jamás hizo un comentario, que yo recuerde, sobre sus propios problemas. Uno lo percibía así. Yo tenía buena relación con doña Blanca y las hijas. Pero, lógicamente estaba en una situación familiar complicada, difícil, que incrementaba su soledad”.

De su matrimonio nacieron seis hijos. Sonia, Thaís (+), Martha, Carlos Manuel, María de Los Ángeles y Carolina. Algunos de ellos, a juicio de los especialistas médicos, padecen las secuelas genéticas del matrimonio entre primos hermanos dobles.

Esta situación confinó mucho más tiempo a doña Blanca, primero en la quinta Sotoymar, ubicada en Prados del Este, esa suerte de “territorio blanquiverde” exclusivo mirandino que adecos y copeyanos se construyeron en los años cincuenta para sí mismos; y después en La Ahumada, donde todavía residen los Pérez Rodríguez.

Distinto, pero no menos complicado era el asunto con Cecilia. La pareja buscó afanosamente concebir, tanto, que echaron mano de la opción de la adopción, con María Francia, hija de uno de los 13 hermanos de Cecilia, a quien CAP reconoció como hija. Hasta que llegó Cecilia Victoria, no sin la ayuda de Huebert de Watteville, especialista en fertilidad suizo, que en su récord tenía haber atendido a la mismísima Sophía Loren. Por entonces, Matos ya copaba plenamente la vida de Pérez.

Todo sucedía simultáneamente en la vida del entonces todopoderoso político, “el hombre que sí camina, va de frente y da la cara”, el “animal político” que recorría el país, saltando charcos en los barrios, que se paseaba por el mundo exhibiendo la bonanza de la nación petrolera proyectando su imagen como líder continental, mientras en su fuero interno manejaba el conflicto que le generaban sus dos mujeres.

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