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4 nov 2010

Ta' barato XXI

Las compras de casas a Bielorrusia asume connotaciones estrafalarias por las distancias culturales, geográficas y climáticas con nuestro trópico. Hay que concluir que detrás de todo esto no puede haber más que un profundo desprecio por lo venezolano

Por: Marco Negrón

A finales de los setenta un amigo portorriqueño, propietario de una librería en un centro comercial de San Juan, me contaba de algunas de las peripecias de los alegres viajeros venezolanos de entonces.

Las tiendas del mall, decía, tenían emplazados una suerte de vigías en el puerto, encargados de anunciar la llegada de los cruceros turísticos y describir sumariamente los rasgos de los viajeros que desembarcaban.

Cuando llegaban gritando "¡venezolanos!" los empleados comenzaban a correr, afanados en cambiar las etiquetas de los precios... para subirlos. No por previsibles, las consecuencias eran menos penosas: los alegres viajeros regresaban eufóricos al crucero convencidos de haber hecho las mejores compras de sus vidas cuya cancelación, además, remitían a las milagrosas tarjetas de crédito.

Treinta años después podemos imaginar episodios similares en las giras de nuestro atarantado Presidente y su séquito de alborozados acompañantes.

Particularmente en los tours para la compra de casas en los más disímiles puntos del planeta, desde Uruguay hasta Irán, pasando por Rusia y Portugal, este disparatado conocedor de todo lo que hay por conocer cae sistemáticamente arrobado frente a la verborrea de cuanto charlatán lo arrope con discursos con acento sureño o, mejor aún, en lenguas más o menos cirílicas que no alcance a entender.

Pero lo de las compras de casas a Bielorrusia, un lugar carente de litorales y donde "hay que vivir la mitad del año cagándose de frío y caminando entre la puta nieve", asume connotaciones estrafalarias por las distancias culturales, geográficas y climáticas con nuestro trópico. Al final hay que concluir que detrás de todo esto no puede haber más que un profundo desprecio por lo venezolano y, en el caso particular, por la rica tradición de la arquitectura y la ingeniería nacionales.

Con lo que, de paso, se mofa cruelmente de los ingenieros y arquitectos a su servicio, incluidos el dedicado a construir un museo para celebrar la memoria de nuestra arquitectura y el superministro que en otros tiempos, en las lides gremiales del Colegio de Ingenieros, militó entusiasta en aquel "Movimiento Antonio José de Sucre" que reivindicaba los méritos de los profesionales venezolanos por encima de las esterilizantes banderías ideológicas.

Sin embargo, si de algún modo el comportamiento de los alegres viajeros del siglo pasado podía considerarse ingenuo, en el peor de los casos estúpido, aquí nos topamos con una conducta groseramente antinacional: además del desprecio a una categoría profesional se está comprometiendo en el exterior, muchas veces en países con escasos o nulos nexos históricos y culturales con el nuestro, los recursos de la nación, generando allá la riqueza y el empleo que aquí tanta falta hacen.

Todo eso a cambio de productos que de ninguna manera pueden compararse con lo que en nuestra propia tierra hemos hecho y sabemos hacer.

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