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11 ene 2011

Monedas nacionales, ¿necesidad o voluntad?

Las compañías y los inversionistas en el mundo están estandarizando silenciosamente su moneda de operación por el dólar estadounidense y, en menor escala, por el euro.

El despertar de las crisis financieras de los 90 lleva a preguntar si las monedas nacionales son realmente necesarias, o si estamos impulsados por la globalización en un punto en que hay que encontrar una moneda global estable.

Mientras los gobiernos se desgastan defendiendo tasas de cambio, las compañías y los inversionistas alrededor del mundo están silenciosamente estandarizando su moneda de operación: el dólar estadounidense y, en un menor grado, el reciente y enigmático euro.

Los mercados internacionales están adoptando una sola moneda

A medida que los gobiernos abren sus fronteras a productos y capital, y gracias a la revolución tecnológica en las comunicaciones, los partícipes del mercado están utilizando el dólar como el medio común de intercambio con el fin de facilitar y reducir los costos de las transacciones.

Desde finales de la segunda guerra mundial, el dólar ha sido la moneda mundialmente dominante. El 60% de las reservas de los bancos centrales del mundo están en dólares. Así mismo, el 50% de los mercados de capitales y de bonos son denominados en dólares.

La predominancia del dólar no se explica por el tamaño de la economía estadounidense ya que esta, a pesar de ser la más grande, suma menos del 30% del PIB mundial. En realidad, es el reflejo de la preferencia mundial por instrumentos financieros en dólares. Por ejemplo, solo el 10% de los créditos otorgados mundialmente son hechos por bancos basados en Estados Unidos; sin embargo, el 45% de todos los créditos mundiales son en dólares. La concentración de las transacciones en una sola moneda aumenta la liquidez y reduce los costos de transacción.

¿Por qué el dólar y no el euro?

Aunque la estabilidad política y el poderío militar de Estados Unidos contribuyen a la dureza del dólar, la razón principal de su liderazgo está en la estructura financiera que lo soporta. Una inflación controlada desde 1980, un control riguroso de los mercados financieros, estándares contables totalmente transparentes y un sistema legal que entrega amplios derechos a acreedores y accionistas hacen de Estados Unidos un país extremamente atractivo desde el punto de vista financiero.

A medida que más gente utiliza una moneda, esta se va tornando más deseable. Esto convierte el dólar casi en la moneda invencible, y cada día se agranda la distancia con otras monedas.

El euro podría ser un rival digno del dólar. Sin embargo, en este momento padece de la credibilidad e infraestructura de su contraparte estadounidense. Europa cuenta con un mercado cuyas características son menos amigables, sobre todo en lo que respecta a regulación y protección para acreedores y pequeños accionistas.

Una moneda nacional inestable se vuelve muy costosa

La competencia internacional hace que el mantenimiento de una moneda nacional de poca liquidez sea más y más costoso. El costo de capital de los prestamistas se incrementa. Este es el caso de los países asiáticos y latinoamericanos, en donde las compañías fueron castigadas por las crisis monetarias de 1998 y 1999. El diferencial en tasas de interés entre la moneda local y el dólar es un precio alto por pagar. Otra gran problemática de las monedas nacionales inestables es que atrofian el desarrollo de los mercados financieros. Tenemos el ejemplo de Panamá que utiliza el dólar y es el único país de Latinoamérica con tasas fijas de interés a 30 años. En otros países, los prestamistas se ven obligados a adquirir préstamos fuera de su país en moneda dura, corriendo así un riesgo cambiario.

El precio por pagar

Hay cambios bruscos para un país que decida abandonar su moneda. Además de un símbolo tradicional de soberanía, pierde la independencia de la política monetaria y la flexibilidad de una tasa de cambio, la cual sirve como herramienta para el manejo de los costos de las exportaciones.

En realidad, la experiencia con monedas flotantes latinoamericanas demuestra que países con este esquema pagan en promedio tasas de interés más altas que los países donde las tasas de cambio son fijas. Incluso las tasas fluctuantes hacen a la economía más dependiente monetariamente. Por ejemplo, si el costo de capital en Estados Unidos aumenta en 1%, esto acaba traduciéndose en un aumento mucho mayor en México. Así mismo, donde los salarios están altamente indexados a la inflación, las devaluaciones tienden a ser inflacionarias.

¿Y para Colombia?

La dolarización está presente en cuatro países de Latinoamérica: Panamá, El Salvador, Ecuador y, en un menor grado, en Argentina.

En el caso de El Salvador, la dolarización se dio como paso siguiente a la tasa fija que regía desde 1995, buscando fortalecer el sistema financiero y esperando atraer inversión extranjera. El caso de Ecuador fue forzado. La economía colapsó, lo que generó una hiperinflación y una devaluación incontrolables. La dolarización fue el único camino. El caso de Argentina fue similar al de Ecuador.

Para Colombia, la pregunta es si es viable y manejable una dolarización. Por un lado, podría facilitar la tan anhelada estabilidad del sector financiero, les entregaría a los mercados de valores una infraestructura más sólida y podría aumentar el atractivo de nuestro país para el capital extranjero. Así mismo, se daría una disminución del costo de capital para las empresas que buscan apalancarse a largo plazo.

Sin embargo, no podemos dejar a un lado el hecho de que Colombia es un país exportador que, al perder la independencia monetaria, no podría recurrir a devaluaciones para beneficiar a nuestros productores ante sus competidores internacionales.

Cualquier opción, dolarización o moneda fluctuante, trae consigo riesgos. Sin embargo, los eventos que han caracterizado el desempeño económico en Colombia en los últimos años y la necesidad del país de lograr un acuerdo de libre comercio con Norte América, llevan a pensar que la dolarización es una buena alternativa para resolver nuestros problemas económicos.

Por McKinsey & Company

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